30 de julio de 2011

NAUFRAGIOS Y SITUACIONES LÍMITES SEGUNDA PARTE

Las dificultades varían en cada curso de agua y toda embarcación tiene sus propios riesgos. Esto lo aprendimos con los años. En la búsqueda de aventuras nos fuimos alejando de las desembocaduras, para ir más hacia las nacientes, donde los cursos no son navegables. Ahí, empezaron a surgir otros problemas y más trabajo. Pero, como no hay aventura ni diversión sin sacrificio, así lo asumimos.

Los “Tigres” comenzamos a experimentar cursos angostos en una travesía sobre el río Yi, partiendo de Polanco del Yi en el Departamento de Durazno. La diversión tomó su curso entre rápidos, curvas y galerías que atravesamos con mucha tensión pero sin dificultad. El problema surgió sobre una zona rocosa que produce una estrangulación del río y acelera la corriente. Este salto de agua lo habíamos identificado previamente en la carta geográfica como el “Salto de los Camilos”. En realidad, lo que se debe hacer en éstas circunstancias es evitar el salto y pasar la carga por tierra. Es importante estar atentos para que no aparezca de sorpresa un obstáculo y no tener tiempo para tomar decisiones. Si apagamos el motor y agudizamos el oído podemos sentir en el silencio del monte el estrepitoso ruido del agua que se agita más adelante. Por supuesto que una medida preventiva es un estudio previo de la corriente a recorrer con la carta geográfica, fotos satelitales y recorridas por tierra o por aire. Además, en lo posible se debe consultar la experiencia de paisanos y conocedores de la zona para tener un panorama completo del recorrido. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que los paisanos no siempre advierten los aspectos náuticos y nos pueden dar información errónea.

En este caso teníamos identificado el salto, pero no pudimos encontrar un buen lugar de paso por tierra. Gustavo y su hijo Juan Martín, experimentaron su primera travesía y pasaron sin dificultades, ya que siguieron así como venían, sin estudio previo del área. Con su inconciencia, disfrutaron éste salto como un juego de niños, tan tranquilos que después de pasarlo volvieron para divertirse al ser atrapados por la ola que caía sobre su embarcación. En ésta ocasión los aprendices navegaron a remo con su canoa que más adelante bautizamos “Despelote” pero en ese momento le llamamos “Flipper” en honor al juego de maquinitas donde una bola va golpeando con todo lo que encuentra a su paso (a buen entendedor, pocas palabras).

El resto del grupo, éramos más cautos, y esperamos a las instrucciones del Rey Luis. No obstante su sabiduría, el Rey fue el primero en darse vuelta junto a Gabriel Colombo ya que fueron arrastrados por la corriente al detenerse cerca del salto. Por ello, decidimos bajar a los niños y actuar en cadena en un trabajo de grupo porque el pasaje por tierra era muy dificultoso. Pasamos caminando y sostenidos de los sarandíes de la orilla y de a poco guiamos las embarcaciones con cabos atados de la popa. Pero, la corriente sobre el salto era tan fuerte que no podíamos estabilizar las embarcaciones una vez que se encontraban sobre las piedras y así pasaban precipitadamente quedando medio hundidas. Mientras tanto, los gurises del otro lado de la rivera, se divertían filmando como nos enfrentábamos a esas peripecias.

La peor parte la llevó “El Reparao” de Cardozo y Ricardo, quienes llevaban gran parte de la comida y útiles de cocina. Hasta ese entonces no creíamos que ese bote podía volcar y confiábamos para que llevaran toda carga no preparada para un eventual naufragio. Ricardo, fue arrastrado por la corriente y de médico pasó a ser paciente, ya que quedó muy golpeado por las piedras. Además, como es de esperarse, la carga se desparramó en la hundida y perdimos casi todos los elementos que no flotaban como las latas, botellas, calderas, sillas, ollas, etc. Algunos de los que estábamos corriente abajo íbamos atrapando como goleros las manzanas, las naranjas y todo lo que aparecía a flote. A pesar de todo, esto fue parte de la diversión y nada comparado con la mojadura que pasamos la noche anterior cuando nos atrapó una tormenta frente al establecimiento de nuestro amigo Yamandú.

Para ese entonces la “Leo”, el canobote de Ignacio, había demostrado ser una embarcación ideal para nuestras travesías en ríos, siendo liviana, resistente, ágil, estable, con buena capacidad de carga, cómoda para los tripulantes y con un buen espejo para el motor. Pero, si el “Titanic” naufragó, ¿porqué no la Leo?. Esto sucedió durante una travesía sobre el alto Santa Lucía, saliendo de Fray Marcos. En esa ocasión, se inició Federica, hija de Ignacio que acompañaba a Valentina, su hermana, en la proa de la Leo. Ignacio impartía sus ordenes a la tripulación desde la popa, confiado en la seguridad del canobote y su motor Evinrude de 8 HP con reversa que le ha permitido salir de muchas dificultades.

El clima no favoreció, y se pasó lloviendo todo el tiempo. Además, el poderoso Evinrude resultó inútil, porque el cauce era muy bajo en casi todo el recorrido hasta San Ramón. Esta ocasión fue propicia para las canoas a remo con poca carga que surcaron las aguas a mayor velocidad. La Leo y el Banana Boat, las más cargadas, quedaron rezagadas. Cada tanto, teníamos que bajarnos por quedar encallados en los arenales o para evitar los golpes contra las piedras. El principal problema de la gran carga que llevábamos es que se levanta el punto de gravedad y aumenta los riesgos de vuelco. En una ocasión, Ignacio se encontró arrinconado por la corriente en una curva del río y no tenía el motor en marcha ya que el cauce era muy bajo. Luego de la escorada, fue favorecido por la gran carga para que se produjera un repentino naufragio.

Por suerte yo iba adelante con mi hijo Martín, a corta distancia nos manteníamos vigilantes entre ambas embarcaciones. Apenas sentimos el grito de desesperación de Ignacio nos arrimamos a la orilla y salimos a socorrerlos. Primero sacamos a Federica que con sus apenas 6 añitos sufría con horror aquel panorama. Para ese entonces, Valentina ya era una experimentada marinera, y si bien no la llevó fácil, ya conocía las dificultades del río. Todos tratamos de darle ánimo a Federica, aunque llegamos a pensar que ésta sería su primer y última travesía. Por suerte nos equivocamos, ya que Federica superó aquel trance y volvió a las andanzas en el empedrado Yaguarón. La carga se recuperó casi completamente y seguimos el camino soportando la molesta lluvia y los obstáculos que continuaron apareciendo.

A este punto ya reconocíamos el riesgo del naufragio y por lo tanto el tema no era solo asegurarse para no volcar sino que además el estar preparados. Lo primero a tener en cuenta es la seguridad de los tripulantes. Por otro lado, no es recomendable llevar objetos de valor, ni cargar más de lo necesario para el buen pasar durante la navegación y el campamento. En este contacto con la naturaleza el precio de la aventura puede ser todo objeto que llevemos con nosotros. Pero, ya hablaremos de la carga en otro capítulo.

Para evitar pérdidas en una volcada es importante asegurarse que todo flote. Aunque las tarrinas son útiles y baratas para este propósito, no son lo suficientemente flexibles para acomodarlas dentro de las embarcaciones. Por lo tanto, si todo va en tarrinas aumenta la altura de la carga. Como vimos anteriormente si cargamos muy alto, se eleva el punto de gravedad y aumentan los riesgos. Con el tiempo, y gracias a la colaboración de mi hermano gringo Richard hemos adquirido “bolsas náuticas” que nos permiten cargar mejor.

A pesar de todas las vivencias, seguimos siendo aprendices. Como decía al principio cada situación es distinta y volvimos a volcar con el Banana Boat en el Olimar. En este caso habíamos llegado a Treinta y Tres con los trylers y nos dimos cuenta que uno de los estabilizadores se perdió por el camino. Como ya no había tiempo para fabricar otros, decidimos con papá asumir el riesgo y salir así nomás. Cargamos todo intentando que la carga no se elevara mucho, pero nos fue imposible dejar toda aquella enorme carga sobre el piso de la canoa. A modo de ejemplo, los colchones de polifón que aún utilizábamos para dormir ocupan un gran espacio y no hubo manera de acomodarlos bien.

El río estaba que desbordaba y la corriente muy veloz y así salimos con gran tensión. Papá iba en la proa identificando los obstáculos e indicando por señas la dirección que debía tomar y yo iba en la popa timoneando el motor. La carga me dificultaba la visión y en una señal confusa tuve que dar un golpe de timón que me arrastró contra los sarandíes en una curva del río, la canoa se escoró y allí naufragamos. La carga estaba atada y cubierta con una lona, pero el lugar de la volcada fue poco propicio ya que era profundo y de monte cerrado.

Estuvimos buscando costa dentro del espeso monte como 20 minutos y, entre tanto, la corriente y las curvas del río fueron desarmando la carga hasta que se desparramó todo. Pudimos probar la solidaridad y entrega del grupo en los momentos de apuro. Recogimos casi todo, pero donamos al río unas sillas, una bombilla y el dulce de membrillo que venía debajo de mi asiento, pero lo peor de todo fue que no pudimos encontrar una tarrina con artículos personales de mi padre.

Sergio Carballo

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