Los naufragios ocurridos fueron ocasionales, y aumentaron su frecuencia a medida que fuimos experimentando los ríos angostos, con correderas y obstáculos. Parte de la aventura consiste en salir triunfantes al superar las dificultades inesperadas que se presentan en el transcurso de la travesía.
Sin duda que el mayor desafío lo pasamos sobre el río Cebollatí, partiendo desde el puente de la ruta 8. Ese año habíamos planeado un recorrido de 5 días, con el objetivo de realizar unos 70 km de navegación hasta paso Avería. Nunca, en toda nuestra historia náutica, tuvimos alguna experiencia comparada con esta. ¡¡Ese Cebollatí sí que nos dio lucha!! No hubo ni estabilizadores, ni forma de acomodar la carga, ni embarcación segura, ya que tuvimos que soportar 5 naufragios y debimos acortar el trayecto trazado para salir desde la estancia La Madrugada, con solo unos 25 km de recorrido.
El Cebollatí, en ese tramo, es un río con un paisaje fenomenal. Recorre un continuo zig-zag entre abruptas sierras y frondosos montes. Es así que, de tanto en tanto, aparecen numerosos árboles y ramas caídas a modo de obstáculo. A esto le sumamos las frecuentes curvas cerradas y una corriente veloz que nos lleva a una situación de permanente riesgo. En cada curva corre la adrenalina ante la sorpresa de lo que vendrá.
En esta ocasión fuimos con mi hijo Martín a remo y sin estabilizadores, concientes de los riesgos a que nos sometíamos. Pero, Martín ya entrando en la adolescencia, y con una nutrida experiencia náutica, me venía reclamando más participación y emoción y aquí tuvo mucho más de lo esperado. Tanto el Banana Boat, El Despelote y El Reparao pasamos algún naufragio. Increíblemente el único que no volcó fue Gustavo que iba en un gomón con sus hijos Juan Martín y Ana Paula. Al gomón luego le pusimos por nombre el “Coso”. El problema de Gustavo fue que su motor no anduvo y tampoco tenía remos (se los había olvidado) así que iba arrastrado por la corriente y rebotando contra todos los troncos y ramas que se le presentaban. En esas circunstancias no tenía dirección y su bote giraba en redondo permanentemente. Yo lo cuento porque lo viví, pero ni así lo puedo creer. El Coso solo sufrió unos pequeños pinchazos a pesar de los tremendos golpes con los palos de punta. Mientras cubríamos la retaguardia del Coso, en el trabajo de grupo de cuidarnos los unos a los otros, llegamos a llorar de risa. El Coso danzaba en círculos, chocando con todo lo que venía a su paso, mientras Gustavo gritaba inútiles instrucciones a sus hijos que querían timonear con un palo y remar con una palita de camping.
El Cebollatí, en ese tramo, es un río con un paisaje fenomenal. Recorre un continuo zig-zag entre abruptas sierras y frondosos montes. Es así que, de tanto en tanto, aparecen numerosos árboles y ramas caídas a modo de obstáculo. A esto le sumamos las frecuentes curvas cerradas y una corriente veloz que nos lleva a una situación de permanente riesgo. En cada curva corre la adrenalina ante la sorpresa de lo que vendrá.
En esta ocasión fuimos con mi hijo Martín a remo y sin estabilizadores, concientes de los riesgos a que nos sometíamos. Pero, Martín ya entrando en la adolescencia, y con una nutrida experiencia náutica, me venía reclamando más participación y emoción y aquí tuvo mucho más de lo esperado. Tanto el Banana Boat, El Despelote y El Reparao pasamos algún naufragio. Increíblemente el único que no volcó fue Gustavo que iba en un gomón con sus hijos Juan Martín y Ana Paula. Al gomón luego le pusimos por nombre el “Coso”. El problema de Gustavo fue que su motor no anduvo y tampoco tenía remos (se los había olvidado) así que iba arrastrado por la corriente y rebotando contra todos los troncos y ramas que se le presentaban. En esas circunstancias no tenía dirección y su bote giraba en redondo permanentemente. Yo lo cuento porque lo viví, pero ni así lo puedo creer. El Coso solo sufrió unos pequeños pinchazos a pesar de los tremendos golpes con los palos de punta. Mientras cubríamos la retaguardia del Coso, en el trabajo de grupo de cuidarnos los unos a los otros, llegamos a llorar de risa. El Coso danzaba en círculos, chocando con todo lo que venía a su paso, mientras Gustavo gritaba inútiles instrucciones a sus hijos que querían timonear con un palo y remar con una palita de camping.
Con el Despelote navegamos más rápido que el resto a motor debido a la gran corriente. Por eso, de tanto en tanto, debíamos parar para no alejarnos demasiado del grupo. También fuimos los primeros en volcar y como todos los naufragios de esa travesía, chocamos con árboles que se atravesaban. Quedamos atrapados entre unas ramas en una curva. El río no era profundo, pero la carga se desparramó y perdimos algo de la comida que no estaba asegurada. El Despelote tenía unos pequeños orificios en los estancos y al volcar el agua entró hasta que la canoa quedó completamente bajo la corriente. Nos costó un buen rato sacar toda el agua que había ingresado. En esa ocasión aprendimos una importante lección, hay que tener estancos herméticos para que las embarcaciones no se hundan.
El primer vuelco del Reparao y el Banana Boat ocurrió al chocar con un árbol que atravesaba el río de lado a lado. Aparece de repente y lo único que podes hacer es tirarte al piso para que el tronco pase por encima. Si te detenés contra el árbol, la corriente te arrastra y te das vuelta. Nosotros pasamos con dificultad, agachándonos para que el tronco no nos alcanzara. Pero, los demás quedaron atrapados y ni los estabilizadores los salvaron.
Por otra parte el Reparao fue el que llevó la peor parte, ya que en sus dos volcadas se fue de pique al fondo con motor y toda la carga atada. Los veteranos tripulantes, Osvaldo y Ricardo no se imaginaron someterse a semejante pesadilla y en algún momento se les cruzó por la mente abandonar todo y salir de ahí como pudieran.
Sin embargo, el grupo no se entregó, contábamos con el liderazgo del Rey, la increíble audacia de Gustavo, la sicología de combate del Tata y el entusiasmo y colaboración de los niños. En ambas ocasiones, nos dio un laburo de película sacar al Reparao del fondo del río, pero al final salimos triunfantes de esas desafiantes situaciones.
El segundo naufragio fue el que más trabajo de rescate nos dio. El bote quedó bajo el agua, entre una tremenda correntada y de a poco fuimos desatando toda la carga en una labor minuciosa de rescate. Seguimos trabajando hasta caer la noche y por el cansancio, frío y falta de luz, debimos posponer el rescate hasta el día siguiente. Al final sacamos el bote siguiendo las instrucciones del Rey. Improvisamos unas poleas desde la rama de un sauce y levantamos lentamente el bote hundido algunos metros bajo el agua hasta lograr finalmente ponerlo a flote. Este acontecimiento entusiasmó a Gustavo a comprarse unas poleas pensando en la gran utilidad de ésta herramienta para los trabajos de fuerza.
Al terminar el periplo nos quedó la duda si en realidad habíamos vencido al río o él nos había vencido a nosotros. Algunos nos planteamos el desafío de volver a repetir el recorrido a fin de demostrar nuestro aprendizaje y disfrutarlo mejor.
Es seguro que no nos vamos a olvidar la lucha que mantuvimos contra el Cebollatí en aquella ocasión, una verdadera lección de vida. No faltó el frío, el hambre, el sueño y el cansancio. Pero, los sacrificios solo fueron un motivador para el trabajo en grupo, la solidaridad, la lucha y la entrega. Recordando lo acontecido comentaban los niños en el campamento final, “fue la mejor experiencia que hemos vivido en todas nuestras vidas”
Otro desafío distinto lo tuvimos en el río Yaguarón, entre correderas y saltos de piedra. Pero más cautos, y con la mitad del grupo como principiantes acortamos el trayecto programado para unos 90 km hasta solo 15 km. Salimos de la ruta 7 y recorrimos hasta el paraje Duraznero.
Participaron el Coso y otro gomón de nuestro amigo argentino Alberto Matarazo que por estar en estreno lo denominamos Yaguarón. Estos gomones navegaron muy bien aunque soportaron varios raspones. En cuanto a las canoas, más que darse vuelta se hundidieron. En las correderas se encuentran piedras filosas que golpean las embarcaciones rígidas y en ocasiones atraviesan la fibra. Tremendos golpes recibieron el Banana Boat tripulado por el Tata y Oscar y el Prestao con mi tío Raúl y su nieto Gonzalo. Con su característica precaución, Raúl vino equipado con un stock de fibra para reparar los daños, lo cual fue fundamental para cerrar los agujeros producidos.
Es importante referirnos a la reparación de las embarcaciones durante las travesías ya que es fundamental mantenerlas a flote. En general no hay otra forma de salir del río que navegando hasta puntos que permitan el auxilio por tierra. Por ello, hay que prevenir la posibilidad de reparar daños. En el caso de los gomones hay que traer adhesivo y parches para los pinchazos. En las canoas hemos podido superar temporariamente los pequeños orificios tapando con cinta Pato, pero para daños profundos como los producidos en el Yaguarón la única reparación posible es con la fibra de vidrio.
Por otra parte el Reparao fue el que llevó la peor parte, ya que en sus dos volcadas se fue de pique al fondo con motor y toda la carga atada. Los veteranos tripulantes, Osvaldo y Ricardo no se imaginaron someterse a semejante pesadilla y en algún momento se les cruzó por la mente abandonar todo y salir de ahí como pudieran.
Sin embargo, el grupo no se entregó, contábamos con el liderazgo del Rey, la increíble audacia de Gustavo, la sicología de combate del Tata y el entusiasmo y colaboración de los niños. En ambas ocasiones, nos dio un laburo de película sacar al Reparao del fondo del río, pero al final salimos triunfantes de esas desafiantes situaciones.
El segundo naufragio fue el que más trabajo de rescate nos dio. El bote quedó bajo el agua, entre una tremenda correntada y de a poco fuimos desatando toda la carga en una labor minuciosa de rescate. Seguimos trabajando hasta caer la noche y por el cansancio, frío y falta de luz, debimos posponer el rescate hasta el día siguiente. Al final sacamos el bote siguiendo las instrucciones del Rey. Improvisamos unas poleas desde la rama de un sauce y levantamos lentamente el bote hundido algunos metros bajo el agua hasta lograr finalmente ponerlo a flote. Este acontecimiento entusiasmó a Gustavo a comprarse unas poleas pensando en la gran utilidad de ésta herramienta para los trabajos de fuerza.
Al terminar el periplo nos quedó la duda si en realidad habíamos vencido al río o él nos había vencido a nosotros. Algunos nos planteamos el desafío de volver a repetir el recorrido a fin de demostrar nuestro aprendizaje y disfrutarlo mejor.
Es seguro que no nos vamos a olvidar la lucha que mantuvimos contra el Cebollatí en aquella ocasión, una verdadera lección de vida. No faltó el frío, el hambre, el sueño y el cansancio. Pero, los sacrificios solo fueron un motivador para el trabajo en grupo, la solidaridad, la lucha y la entrega. Recordando lo acontecido comentaban los niños en el campamento final, “fue la mejor experiencia que hemos vivido en todas nuestras vidas”
Otro desafío distinto lo tuvimos en el río Yaguarón, entre correderas y saltos de piedra. Pero más cautos, y con la mitad del grupo como principiantes acortamos el trayecto programado para unos 90 km hasta solo 15 km. Salimos de la ruta 7 y recorrimos hasta el paraje Duraznero.
Participaron el Coso y otro gomón de nuestro amigo argentino Alberto Matarazo que por estar en estreno lo denominamos Yaguarón. Estos gomones navegaron muy bien aunque soportaron varios raspones. En cuanto a las canoas, más que darse vuelta se hundidieron. En las correderas se encuentran piedras filosas que golpean las embarcaciones rígidas y en ocasiones atraviesan la fibra. Tremendos golpes recibieron el Banana Boat tripulado por el Tata y Oscar y el Prestao con mi tío Raúl y su nieto Gonzalo. Con su característica precaución, Raúl vino equipado con un stock de fibra para reparar los daños, lo cual fue fundamental para cerrar los agujeros producidos.
Es importante referirnos a la reparación de las embarcaciones durante las travesías ya que es fundamental mantenerlas a flote. En general no hay otra forma de salir del río que navegando hasta puntos que permitan el auxilio por tierra. Por ello, hay que prevenir la posibilidad de reparar daños. En el caso de los gomones hay que traer adhesivo y parches para los pinchazos. En las canoas hemos podido superar temporariamente los pequeños orificios tapando con cinta Pato, pero para daños profundos como los producidos en el Yaguarón la única reparación posible es con la fibra de vidrio.
Sergio Carballo
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