30 de julio de 2011

NAUFRAGIOS Y SITUACIONES LÍMITES SEGUNDA PARTE

Las dificultades varían en cada curso de agua y toda embarcación tiene sus propios riesgos. Esto lo aprendimos con los años. En la búsqueda de aventuras nos fuimos alejando de las desembocaduras, para ir más hacia las nacientes, donde los cursos no son navegables. Ahí, empezaron a surgir otros problemas y más trabajo. Pero, como no hay aventura ni diversión sin sacrificio, así lo asumimos.

Los “Tigres” comenzamos a experimentar cursos angostos en una travesía sobre el río Yi, partiendo de Polanco del Yi en el Departamento de Durazno. La diversión tomó su curso entre rápidos, curvas y galerías que atravesamos con mucha tensión pero sin dificultad. El problema surgió sobre una zona rocosa que produce una estrangulación del río y acelera la corriente. Este salto de agua lo habíamos identificado previamente en la carta geográfica como el “Salto de los Camilos”. En realidad, lo que se debe hacer en éstas circunstancias es evitar el salto y pasar la carga por tierra. Es importante estar atentos para que no aparezca de sorpresa un obstáculo y no tener tiempo para tomar decisiones. Si apagamos el motor y agudizamos el oído podemos sentir en el silencio del monte el estrepitoso ruido del agua que se agita más adelante. Por supuesto que una medida preventiva es un estudio previo de la corriente a recorrer con la carta geográfica, fotos satelitales y recorridas por tierra o por aire. Además, en lo posible se debe consultar la experiencia de paisanos y conocedores de la zona para tener un panorama completo del recorrido. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que los paisanos no siempre advierten los aspectos náuticos y nos pueden dar información errónea.

En este caso teníamos identificado el salto, pero no pudimos encontrar un buen lugar de paso por tierra. Gustavo y su hijo Juan Martín, experimentaron su primera travesía y pasaron sin dificultades, ya que siguieron así como venían, sin estudio previo del área. Con su inconciencia, disfrutaron éste salto como un juego de niños, tan tranquilos que después de pasarlo volvieron para divertirse al ser atrapados por la ola que caía sobre su embarcación. En ésta ocasión los aprendices navegaron a remo con su canoa que más adelante bautizamos “Despelote” pero en ese momento le llamamos “Flipper” en honor al juego de maquinitas donde una bola va golpeando con todo lo que encuentra a su paso (a buen entendedor, pocas palabras).

El resto del grupo, éramos más cautos, y esperamos a las instrucciones del Rey Luis. No obstante su sabiduría, el Rey fue el primero en darse vuelta junto a Gabriel Colombo ya que fueron arrastrados por la corriente al detenerse cerca del salto. Por ello, decidimos bajar a los niños y actuar en cadena en un trabajo de grupo porque el pasaje por tierra era muy dificultoso. Pasamos caminando y sostenidos de los sarandíes de la orilla y de a poco guiamos las embarcaciones con cabos atados de la popa. Pero, la corriente sobre el salto era tan fuerte que no podíamos estabilizar las embarcaciones una vez que se encontraban sobre las piedras y así pasaban precipitadamente quedando medio hundidas. Mientras tanto, los gurises del otro lado de la rivera, se divertían filmando como nos enfrentábamos a esas peripecias.

La peor parte la llevó “El Reparao” de Cardozo y Ricardo, quienes llevaban gran parte de la comida y útiles de cocina. Hasta ese entonces no creíamos que ese bote podía volcar y confiábamos para que llevaran toda carga no preparada para un eventual naufragio. Ricardo, fue arrastrado por la corriente y de médico pasó a ser paciente, ya que quedó muy golpeado por las piedras. Además, como es de esperarse, la carga se desparramó en la hundida y perdimos casi todos los elementos que no flotaban como las latas, botellas, calderas, sillas, ollas, etc. Algunos de los que estábamos corriente abajo íbamos atrapando como goleros las manzanas, las naranjas y todo lo que aparecía a flote. A pesar de todo, esto fue parte de la diversión y nada comparado con la mojadura que pasamos la noche anterior cuando nos atrapó una tormenta frente al establecimiento de nuestro amigo Yamandú.

Para ese entonces la “Leo”, el canobote de Ignacio, había demostrado ser una embarcación ideal para nuestras travesías en ríos, siendo liviana, resistente, ágil, estable, con buena capacidad de carga, cómoda para los tripulantes y con un buen espejo para el motor. Pero, si el “Titanic” naufragó, ¿porqué no la Leo?. Esto sucedió durante una travesía sobre el alto Santa Lucía, saliendo de Fray Marcos. En esa ocasión, se inició Federica, hija de Ignacio que acompañaba a Valentina, su hermana, en la proa de la Leo. Ignacio impartía sus ordenes a la tripulación desde la popa, confiado en la seguridad del canobote y su motor Evinrude de 8 HP con reversa que le ha permitido salir de muchas dificultades.

El clima no favoreció, y se pasó lloviendo todo el tiempo. Además, el poderoso Evinrude resultó inútil, porque el cauce era muy bajo en casi todo el recorrido hasta San Ramón. Esta ocasión fue propicia para las canoas a remo con poca carga que surcaron las aguas a mayor velocidad. La Leo y el Banana Boat, las más cargadas, quedaron rezagadas. Cada tanto, teníamos que bajarnos por quedar encallados en los arenales o para evitar los golpes contra las piedras. El principal problema de la gran carga que llevábamos es que se levanta el punto de gravedad y aumenta los riesgos de vuelco. En una ocasión, Ignacio se encontró arrinconado por la corriente en una curva del río y no tenía el motor en marcha ya que el cauce era muy bajo. Luego de la escorada, fue favorecido por la gran carga para que se produjera un repentino naufragio.

Por suerte yo iba adelante con mi hijo Martín, a corta distancia nos manteníamos vigilantes entre ambas embarcaciones. Apenas sentimos el grito de desesperación de Ignacio nos arrimamos a la orilla y salimos a socorrerlos. Primero sacamos a Federica que con sus apenas 6 añitos sufría con horror aquel panorama. Para ese entonces, Valentina ya era una experimentada marinera, y si bien no la llevó fácil, ya conocía las dificultades del río. Todos tratamos de darle ánimo a Federica, aunque llegamos a pensar que ésta sería su primer y última travesía. Por suerte nos equivocamos, ya que Federica superó aquel trance y volvió a las andanzas en el empedrado Yaguarón. La carga se recuperó casi completamente y seguimos el camino soportando la molesta lluvia y los obstáculos que continuaron apareciendo.

A este punto ya reconocíamos el riesgo del naufragio y por lo tanto el tema no era solo asegurarse para no volcar sino que además el estar preparados. Lo primero a tener en cuenta es la seguridad de los tripulantes. Por otro lado, no es recomendable llevar objetos de valor, ni cargar más de lo necesario para el buen pasar durante la navegación y el campamento. En este contacto con la naturaleza el precio de la aventura puede ser todo objeto que llevemos con nosotros. Pero, ya hablaremos de la carga en otro capítulo.

Para evitar pérdidas en una volcada es importante asegurarse que todo flote. Aunque las tarrinas son útiles y baratas para este propósito, no son lo suficientemente flexibles para acomodarlas dentro de las embarcaciones. Por lo tanto, si todo va en tarrinas aumenta la altura de la carga. Como vimos anteriormente si cargamos muy alto, se eleva el punto de gravedad y aumentan los riesgos. Con el tiempo, y gracias a la colaboración de mi hermano gringo Richard hemos adquirido “bolsas náuticas” que nos permiten cargar mejor.

A pesar de todas las vivencias, seguimos siendo aprendices. Como decía al principio cada situación es distinta y volvimos a volcar con el Banana Boat en el Olimar. En este caso habíamos llegado a Treinta y Tres con los trylers y nos dimos cuenta que uno de los estabilizadores se perdió por el camino. Como ya no había tiempo para fabricar otros, decidimos con papá asumir el riesgo y salir así nomás. Cargamos todo intentando que la carga no se elevara mucho, pero nos fue imposible dejar toda aquella enorme carga sobre el piso de la canoa. A modo de ejemplo, los colchones de polifón que aún utilizábamos para dormir ocupan un gran espacio y no hubo manera de acomodarlos bien.

El río estaba que desbordaba y la corriente muy veloz y así salimos con gran tensión. Papá iba en la proa identificando los obstáculos e indicando por señas la dirección que debía tomar y yo iba en la popa timoneando el motor. La carga me dificultaba la visión y en una señal confusa tuve que dar un golpe de timón que me arrastró contra los sarandíes en una curva del río, la canoa se escoró y allí naufragamos. La carga estaba atada y cubierta con una lona, pero el lugar de la volcada fue poco propicio ya que era profundo y de monte cerrado.

Estuvimos buscando costa dentro del espeso monte como 20 minutos y, entre tanto, la corriente y las curvas del río fueron desarmando la carga hasta que se desparramó todo. Pudimos probar la solidaridad y entrega del grupo en los momentos de apuro. Recogimos casi todo, pero donamos al río unas sillas, una bombilla y el dulce de membrillo que venía debajo de mi asiento, pero lo peor de todo fue que no pudimos encontrar una tarrina con artículos personales de mi padre.

Sergio Carballo

NAUFRAGIOS Y SITUACIONES LIMITES TERCERA PARTE

Los naufragios ocurridos fueron ocasionales, y aumentaron su frecuencia a medida que fuimos experimentando los ríos angostos, con correderas y obstáculos. Parte de la aventura consiste en salir triunfantes al superar las dificultades inesperadas que se presentan en el transcurso de la travesía.

Sin duda que el mayor desafío lo pasamos sobre el río Cebollatí, partiendo desde el puente de la ruta 8. Ese año habíamos planeado un recorrido de 5 días, con el objetivo de realizar unos 70 km de navegación hasta paso Avería. Nunca, en toda nuestra historia náutica, tuvimos alguna experiencia comparada con esta. ¡¡Ese Cebollatí sí que nos dio lucha!! No hubo ni estabilizadores, ni forma de acomodar la carga, ni embarcación segura, ya que tuvimos que soportar 5 naufragios y debimos acortar el trayecto trazado para salir desde la estancia La Madrugada, con solo unos 25 km de recorrido.

El Cebollatí, en ese tramo, es un río con un paisaje fenomenal. Recorre un continuo zig-zag entre abruptas sierras y frondosos montes. Es así que, de tanto en tanto, aparecen numerosos árboles y ramas caídas a modo de obstáculo. A esto le sumamos las frecuentes curvas cerradas y una corriente veloz que nos lleva a una situación de permanente riesgo. En cada curva corre la adrenalina ante la sorpresa de lo que vendrá.

En esta ocasión fuimos con mi hijo Martín a remo y sin estabilizadores, concientes de los riesgos a que nos sometíamos. Pero, Martín ya entrando en la adolescencia, y con una nutrida experiencia náutica, me venía reclamando más participación y emoción y aquí tuvo mucho más de lo esperado. Tanto el Banana Boat, El Despelote y El Reparao pasamos algún naufragio. Increíblemente el único que no volcó fue Gustavo que iba en un gomón con sus hijos Juan Martín y Ana Paula. Al gomón luego le pusimos por nombre el “Coso”. El problema de Gustavo fue que su motor no anduvo y tampoco tenía remos (se los había olvidado) así que iba arrastrado por la corriente y rebotando contra todos los troncos y ramas que se le presentaban. En esas circunstancias no tenía dirección y su bote giraba en redondo permanentemente. Yo lo cuento porque lo viví, pero ni así lo puedo creer. El Coso solo sufrió unos pequeños pinchazos a pesar de los tremendos golpes con los palos de punta. Mientras cubríamos la retaguardia del Coso, en el trabajo de grupo de cuidarnos los unos a los otros, llegamos a llorar de risa. El Coso danzaba en círculos, chocando con todo lo que venía a su paso, mientras Gustavo gritaba inútiles instrucciones a sus hijos que querían timonear con un palo y remar con una palita de camping.

Con el Despelote navegamos más rápido que el resto a motor debido a la gran corriente. Por eso, de tanto en tanto, debíamos parar para no alejarnos demasiado del grupo. También fuimos los primeros en volcar y como todos los naufragios de esa travesía, chocamos con árboles que se atravesaban. Quedamos atrapados entre unas ramas en una curva. El río no era profundo, pero la carga se desparramó y perdimos algo de la comida que no estaba asegurada. El Despelote tenía unos pequeños orificios en los estancos y al volcar el agua entró hasta que la canoa quedó completamente bajo la corriente. Nos costó un buen rato sacar toda el agua que había ingresado. En esa ocasión aprendimos una importante lección, hay que tener estancos herméticos para que las embarcaciones no se hundan.

El primer vuelco del Reparao y el Banana Boat ocurrió al chocar con un árbol que atravesaba el río de lado a lado. Aparece de repente y lo único que podes hacer es tirarte al piso para que el tronco pase por encima. Si te detenés contra el árbol, la corriente te arrastra y te das vuelta. Nosotros pasamos con dificultad, agachándonos para que el tronco no nos alcanzara. Pero, los demás quedaron atrapados y ni los estabilizadores los salvaron.

Por otra parte el Reparao fue el que llevó la peor parte, ya que en sus dos volcadas se fue de pique al fondo con motor y toda la carga atada. Los veteranos tripulantes, Osvaldo y Ricardo no se imaginaron someterse a semejante pesadilla y en algún momento se les cruzó por la mente abandonar todo y salir de ahí como pudieran.

Sin embargo, el grupo no se entregó, contábamos con el liderazgo del Rey, la increíble audacia de Gustavo, la sicología de combate del Tata y el entusiasmo y colaboración de los niños. En ambas ocasiones, nos dio un laburo de película sacar al Reparao del fondo del río, pero al final salimos triunfantes de esas desafiantes situaciones.

El segundo naufragio fue el que más trabajo de rescate nos dio. El bote quedó bajo el agua, entre una tremenda correntada y de a poco fuimos desatando toda la carga en una labor minuciosa de rescate. Seguimos trabajando hasta caer la noche y por el cansancio, frío y falta de luz, debimos posponer el rescate hasta el día siguiente. Al final sacamos el bote siguiendo las instrucciones del Rey. Improvisamos unas poleas desde la rama de un sauce y levantamos lentamente el bote hundido algunos metros bajo el agua hasta lograr finalmente ponerlo a flote. Este acontecimiento entusiasmó a Gustavo a comprarse unas poleas pensando en la gran utilidad de ésta herramienta para los trabajos de fuerza.

Al terminar el periplo nos quedó la duda si en realidad habíamos vencido al río o él nos había vencido a nosotros. Algunos nos planteamos el desafío de volver a repetir el recorrido a fin de demostrar nuestro aprendizaje y disfrutarlo mejor.

Es seguro que no nos vamos a olvidar la lucha que mantuvimos contra el Cebollatí en aquella ocasión, una verdadera lección de vida. No faltó el frío, el hambre, el sueño y el cansancio. Pero, los sacrificios solo fueron un motivador para el trabajo en grupo, la solidaridad, la lucha y la entrega. Recordando lo acontecido comentaban los niños en el campamento final, “fue la mejor experiencia que hemos vivido en todas nuestras vidas”

Otro desafío distinto lo tuvimos en el río Yaguarón, entre correderas y saltos de piedra. Pero más cautos, y con la mitad del grupo como principiantes acortamos el trayecto programado para unos 90 km hasta solo 15 km. Salimos de la ruta 7 y recorrimos hasta el paraje Duraznero.

Participaron el Coso y otro gomón de nuestro amigo argentino Alberto Matarazo que por estar en estreno lo denominamos Yaguarón. Estos gomones navegaron muy bien aunque soportaron varios raspones. En cuanto a las canoas, más que darse vuelta se hundidieron. En las correderas se encuentran piedras filosas que golpean las embarcaciones rígidas y en ocasiones atraviesan la fibra. Tremendos golpes recibieron el Banana Boat tripulado por el Tata y Oscar y el Prestao con mi tío Raúl y su nieto Gonzalo. Con su característica precaución, Raúl vino equipado con un stock de fibra para reparar los daños, lo cual fue fundamental para cerrar los agujeros producidos.

Es importante referirnos a la reparación de las embarcaciones durante las travesías ya que es fundamental mantenerlas a flote. En general no hay otra forma de salir del río que navegando hasta puntos que permitan el auxilio por tierra. Por ello, hay que prevenir la posibilidad de reparar daños. En el caso de los gomones hay que traer adhesivo y parches para los pinchazos. En las canoas hemos podido superar temporariamente los pequeños orificios tapando con cinta Pato, pero para daños profundos como los producidos en el Yaguarón la única reparación posible es con la fibra de vidrio.

Sergio Carballo

TRAVESÍA RIO OLIMAR 2003

DATOS TÉCNICOS

Recorrido: Río Olimar desde T. Y Tres hasta Pto. Charqueada. 120 kms. de navegación según cálculos de Pedrito que midió en el mapa ó 150 kms. para los canoteros de competencia en Semana Santa (la falta de GPS sigue dando tema de discusión de donde estamos, cuanto recorrimos, etc.).

Período: Sábado 25 de Octubre hasta Sábado 1º de Noviembre.

Participantes: Embarcación Tracción Tripulantes Banana Boat Yamaha 2,2 Walter Carballo, Sergio Carballo. El Reparao Mercury 3,5 Martín Carballo, Luis Rodríguez, Osvaldo Cardozo. Leo Evindure 8,0 Ignacio Ubilla, Valentina Ubilla. Despelote Jhonson 2,3 Gustavo Perdomo, Ana Paula Perdomo. Pedro Campbell Remo Pedro De León, Gabriel Colombo.

Pedro de León y Alvaro Roel fueron los apoyo de tierra (¡¡¡como corresponde a una buena organización!!!).

Faltaron con aviso: Ricardo Colistro por problemas de salud (muchos años !!). Al faltar en médico del grupo, se le asignó la responsabilidad a Pedrito (a falta de médico bueno es veterinario). Otras faltas con aviso fueron Juan Martin Perdomo y Sebastián Carballo, penados por ser boludos en el liceo.

Traslado terrestre: Peugeot 505 de Ignacio y trailer con Reparao y Leo Citroen Saxo de Sergio y trailer, con Banana Boat y Despelote Volkswagen Paratí de Pedro Viejo y Trailer con Pedro Campbell Citroen Zx Break de Gustavo

Sábado 25 de Octubre

La salida se fijó a las 13 horas en FISEMA (planta Industrial en pleno desarrollo y auspiciante oficial de travesías varias) ubicada en la ruta 36, km 30.500, Canelones.

Los Carballo llegaron temprano, pero el trailer de Sergio fue el último en cargarse. Padre e hijo gastaron más tiempo discutiendo la estrategia que atando. La carga quedó tan bien atada que a los 15 kmts. perdieron 2 cubiertas que se remacharon en el auto de Ignacio. Y bueno, son cosas que pasan.

A eso de las 14 hs. llegaron Gustavo, Osvaldo y Ana Paula y más tarde Ignacio, Luis y Valentina.

Con la puntualidad que nos caracteriza, partimos a Treinta y Tres exactamente a las 16 hs. y 12 minutos. Pedro, Pedrito y Gabriel quedaron de salir el domingo desde el Pinar. Cuando la caravana llegó a la bifurcación con Lascano nos dividimos porque Sergio tuvo que llevar a su señora a la casa paterna. Quedamos de encontrarnos en T. y Tres. Decía Napoleón: Todo el mundo se vende, el asunto es llegar al precio, el precio fue un cordero. Esta corruptela fue aceptada por todo el grupo. La carga quedó tan bien atada que a los 15 kmts. Perdieron 2 cubiertas que se remacharon en el auto de Ignacio . Y bueno, son cosas que pasan. Reiniciamos la marcha. En la bifurcación con Lascano nos dividimos porque Sergio tuvo que llevar a su señora a la casa paterna. Quedamos de encontrarnos en T. y Tres. Decía Napoleón: Todo el mundo se vende, el asunto es llegar al precio. El precio fue un cordero. Esta corruptela fue aceptada por todo el grupo.

A eso de las 20 hs. el tiempo se puso feo, con tormenta y relámpagos. Resolvimos cenar en Mariscala para facilitar la llegada. Cenamos opíparamente, con buen vino y demás ingredientes. Reiniciamos la marcha. Acto seguido, se rompe un tensor del tryler de Sergio. Solucionamos rápidamente el inconveniente gracias a que Gustavo tenía tenía tornillos de todo tipo. ¡¡¡Que fenómeno!!!

Cuando llegamos al camping del Río Olimar, Sergio ya tenía el cordero en cuestión encima de la parrilla, así que volvimos a comer. Quedamos con la panza como tambor. Los niños se fueron a dormir en una carpa armada debajo de un alero, en medio de autos, tarrinas, canoas y otros menesteres.

Inmediatamente, unos trucos jugados a muerte. A muerte pero por nada, solo por la necesidad de compartir, de reírnos, de bromear, de sentirnos unidos. Es una necesidad como el aire que respiramos. A eso venimos, aventura con el paisaje del río y vida “en serio” con los tripulantes del grupo.

Antes de dormir, probamos los motores para salir temprano del día siguiente sin problemas. A la máquina de Gustavo hubo que hacerle algunos ajustes, sobraron piezas pero igual anduvo. Los mecánicos del grupo son Ignacio y Luis. La dejamos por ahí. La otra prueba mecánica previa a la partida, fue probar un precioso farol Colleman de dos mantillas, propiedad de Gustavo. Fue complicado. Al final, un veterano funcionario de la Intendencia lo hizo andar, pero no sabemos como. Adelantamos que este asunto fue un martirio durante toda la travesía.

Nos fuimos a dormir para levantarnos temprano, cargar las embarcaciones y esperar a Pedrito y a Gabriel que venían con Pedro viejo que, según adelantaron, llegarían a las 9 hs. del día 26.

Domingo 26

Nos levantamos tempranito. A la salida del sol mateamos tranquilamente y luego desayunamos con cordero frío que sobró de la noche anterior.

Nueva prueba del motor de Gustavo, y aquí se transcribe textualmente el aporte de Valentina: “ Gustavo y sus “cosas”. Para complicar algo con el motor “nuevo”. No estaba probado. Luis desarmó 30 veces el carburador, cambiaron bujías, etc. Ignacio alcanzaba herramientas. Al final a las 11 y 30 el motor prende bien. Saldo final: Gustavo va a cocinar siempre que le toque a Luis y a Ignacio, además de pagar chapa y pintura del trailer de Ignacio más un farol. Para no hacerlo largo, en otro momento contamos la noche pasada con Gustavo y su nuevo farol a nafta.

Entre todos los niños armamos una amaca con una cubierta y un cabo. Nos divertimos mucho hasta Los niños encontraron actividades varias. Una hamaca armada con una cubierta y un cabo dio diversión un buen rato, hasta que el niño Gustavo (ya pasados los 100 kilos) y su hija Ana Paula se colgaron juntos hasta que reventó el cabo ya qie Gustavo (ya pasados los 100 kilos) y su hija Ana Paula se colgaron juntos.

A media mañana fuimos a la carnicería “El Gancho” a levantar otro cordero que nos regaló gentilmente (medio obligado) el director de INIA Gonzalo Zorrilla. Fue en castigo por no habernos acompañado. Así que otra vez las brasas para el nuevo animalito. El asunto era asarlo para que aguantara durante el viaje.

Cuando estábamos comiendo, llegan Pedrito y Gabriel con la canoa y sus cosas en un Chevete viejo. El dueño del auto era un “piernazo” de los que quedan pocos. ¿Qué pasó? Pedro el Grande quemó la junta de la tapa de cilindro de la camioneta en Mariscala. ¡¡Calculen la calentura de ese macho!!! El veterano del Chevete, que estaba ahí, se apiadó de los muchachos y los trajo hasta el Olimar.

Cargamos las embarcaciones en el río, ante la atenta mirada de los locatarios y a las 17 hs. partieron primero los remeros Gabriel y Pedrito. El resto del grupo partió a las 17 y 30, previo a dejar los autos y trailer en INIA bajo la custodia de Alvaro, quien nos regresó al río.

A la hora y pico de navegación a gran velocidad, y entre los recodos del río ocurre un vuelco espectacular. Los que estábamos en la retaguardia, vimos a Walter en el medio del río, Sergio agarrado de la canoa y la carga desparramada por la corriente. Por suerte no pasó nada, pudimos solucionar los problemas y seguimos la marcha hasta un arenal.

El motivo de la volcada fue la falta de estabilizadores, ya que uno se perdió por el camino. Sergio describe así lo ocurrido “El zigzagueante recorrido del río y su gran velocidad nos apretó contra unos sarandíes que inclinaron la canoa hasta que ¡¡ Hombres al agua!!.

La carga estaba atada y cubierta con una lona, pero el lugar de la volcada fue poco propicio ya que era profundo y de monte cerrado. Estuvimos buscando costa como 15 o 20 minutos y entre tanto la corriente y las curvas del río fueron desarmando la carga hasta que se desparramó todo.

Pudimos probar la solidaridad y entrega del grupo en los momentos de apuro. Recogimos casi todo, pero donamos al río unas sillas, una bombilla y el dulce de membrillo que venía debajo de mi asiento, pero lo peor de todo fue que no pudimos encontrar una tarrina con cosas personales de papá” Posteriormente el extravío de esa tarrina fue anunciado en el canal y radio de Treinta y Tres.

Osvaldo tomaba nota en su libro de bitácora, mientras pensaba “ya tengo para desquitarme, se me fue el drama existencial, ya no me van a acusar de problemático” El hombre, en sus memorias, le sacaba jugo a todo esto. Pero en verdad, merece un reconocimiento, ya que anduvo como un relojito, prolijo, laburador y previsor (igual, los que lo conocen, no lo van a creer). Dijo que iba a ser el relator de la travesía, pero al tercer día se emboló y no escribió más. ¡¡¡Todavía estamos pensando que nos olvidamos de contar!!!!

Acampamos en el arenal, no daba para seguir, había heridos de guerra y muchas cosas por organizar. Por suerte no hacía frío y el sol brilló fuerte hasta su poniente. Buscamos un poco río abajo, pero no encontramos a los remeros, se habían alejado mucho y el río corría peligrosamente.

Gustavo, con su habitual entrega y preocupación por los compañeros, sale sin previo aviso solo con El Despelote a la búsqueda de Gabriel y Pedrito. El resto aguardamos nerviosamente y entrada la noche Gustavo no aparecía “La puta que los parió, ahora tenemos 2 problemas”. Por suerte, calmamos a Ana Paula y al rato, su padre se hizo presente todo mojado y temblando de frío.

Por sus relatos aprendimos que se puede navegar de noche, iluminado por la luna y contra la corriente. Si uno hecha el cuerpo hacia atrás se pueden observan los accidentes del río que se reflejan en el agua. ¿O eso es sólo para Gustavo? Según dicen las malas lenguas el “loco Perdomo” tiene un arreglo con San Pedro. El asunto fue que no los encontró. Al final recibimos el aviso por celular que estaban bien y que nos esperaban el otro día.

Así relata Gustavo “Quedó claro que la salida fue totalmente al pedo, innecesaria se dice, y casi suicida, a la vuelta contra la corriente que estaba fuerte, falló uno de los arreglos al motor, leáse las piezas que sobraron eran necesarias al fin y de cuentas y solo Dios me ayudó. Sobre todo con la necesidad de llegar de short y camiseta, mojado a las 22:00 hs con la luz de la primer luna creciente sobre el lucero. El paisaje era maravilloso y se agudizan los sentidos. Pero no hay justificación, todos pasamos un mal rato, y no se va a repetir, por lo menos, esa”

Mientras tanto, al lado del fueguito secamos algunas cosas y comimos más del cordero que quedó del almuerzo. Walter y Sergio tenían colchones y sobres de dormir mojados, pero contaron con el abrigo de ropa prestada por el grupo.

Lunes 27

Nos levantamos tempranito para salir, previa mateada y desayuno. Walter y Sergio durmieron mal y poco porque tenían los sobres de dormir mojados por el vuelco del día anterior. Pero estaban de buen humor como corresponde a gente de categoría.¡¡ Que manito!! ¿He?.

Después de navegar un par de horas, nos encontramos con los remeros. Estaban tranquilamente esperando el pelotón. Aprovechamos la parada para desayunar con asado, salchichón, queso, vino y naranrjita Tacuarí. Y después de los comentarios del reencuentro y de los accidentes del día anterior, vuelta al río Olimar.

A esta altura, la correntada estaba fuerte. El río se angosta y se encajona entre barrancones. Bonito paisaje. La fuerza del agua provocó otro vuelco, Pedrito y Gabriel. No pasó a mayores, lograron hacer pie, sacaron el agua de la canoa y pronto. Más vaqueanos que los otros “volocadores”, tenían las tarrinas atadas por lo que al rato ya estaban en la ruta. Comenta Pedrito: “Fue un bañito obligado. Esto es lindo vivirlo y no soñarlo para que luego se pueda decir: ¿Te acordás …….?”

El agua encrespada por las piedras de las correderas del Olimar ofrecía un cierto encanto, pero también peligro. Con el cauce en condiciones normales, se forman unas cascadas que seguramente nos hubiera obligado a desensillar y pasar a pata. Menos Gustavo, por supuesto, que hubiera largado su canoa con tremenda furia. Hermano: esta vez te hubieras reventado, te salvaste.

Bueno, todo en orden y seguimos la marcha. Ya estábamos cerca del Paso de la Laguna que era el lugar decidido para acampar, en unos arenales que nos había dicho Alvaro Roel que eran bárbaros. Pero como no podía ser de otra manera, Sergio rompe el soporte del motor. Fue mala suerte porque en realidad, estaba impecable. Estaba firme y sin juego. Fue revisado cuidadosamente antes de salir. ¡¡Hay Sergio!! ¿Cuándo vas a aprender? Tremendo pelotudo!!

Así fue que tuvieron que llegar a remo. Remaron Sergio y el hombre viejo, que según dijo, lo único que no quería era remar. Dios y su hijo lo castigaron.

El arenal era algo chico, pero tenía altura y buena vista. Estábamos cerquita del campo de INIA. También estaba cerquita el agua en el campamento. El río crecía a razón de 2 o 3 cms. por hora. El sol golpeaba fuerte y el arenal se reducía. Pero por suerte, Gustavo con el machete en la mano, descargó toda su humanidad contra el monte. En poco rato formó un amplio espacio que parecía una casa.

Estaba fresquito, así que trasladamos el campamento con fogón y todo. Pusimos las hamacas paraguayas y las sillas, y mate mediante, conversamos de todo un poco. En el picoteo de la charla, no se porque razón, salen a luz los grandes sabios del mundo, Einstein, Mendel y otros. Y ahí se picó la cosa. Osvaldo y Pedrito se trenzaron en una discusión sobre la sabiduría del Cura. Son esas discusiones que no sirven pa´nada pero estuvo divertida. Pasamos un buen rato.

La varita que puso Gabriel al borde del agua para controlar la creciente, indicaba que el nivel seguía subiendo. Yo les dije comenta Luis. A mi me gustan las barrancas porque son mas seguras para acampar. Si el Olimar sigue subiendo, me subo al bote y espero tranquilamente, no hago nada. A Osvaldo, que escuchaba, la creciente le empezó a comer el coco y mostraba un nerviosismo creciente. El resto del grupo estaba tranquilo, probablemente porque estaban concentrados en el arreglo del espejo del Banana Boat.

Para comenzar el cuento a lo García Marquez, relatando primero el final, era evidente que el “paganini de la boda” tenía que ser Ignacio. Mecánico de los motores, calculista de la resistencia del espejo y para completar, la Leo era la única que podía remontar el río hasta INIA. Dejate de joder le dice Ignacio a Sergio mientras se bañaba. Estuve todo el día apoyándote y no me das tiempo ni para el aseo. Si, si, entiendo pero tenemos que ir otra vez a INIA dice el otro.

Digna de mención es la macanudez crónica del personal de la Institución. Sobre todo de Mesa que los llevó a Treinta y Tres para comprar elementos para hacer los famosos flotadores y el nuevo espejo. Y también pagó 300 pesos porque la barra andaba sin plata en los bolsillos. También Falero y todos los demás. Cosas lindas de vivirlas para poderlas contar.

Luis, que fue el carpintero del espejo, también perdió su tiempo en el arreglo del Banana Boat. Digo perdió porque su obligación era pescar para alimentar a los comensales. Pero no trabajó gratis porque se cobró con un enorme disco dentado para hacer una plancha. Es chambón pero “piala” ¿No?

Mientras nuestro cocinero oficial (el Arq. Gabriel) se disponía por fin a hacer una comida de olla y el resto del personal andaba en la vuelta, Osvaldo y Walter charlan sentados en un arenal frente al río. Cuenta Osvaldo: “Hablamos de los hijos, de sus proyectos. Muy poco de nosotros. Después silencio.” “Silencio activo y despierto. Silencio que se aprende con el pasar de los años.”

A la nochecita, Osvaldo que a esta altura tenía un “cagazo” celestial por el asunto de la creciente, desarma silenciosamente su carpa y acomoda todas sus cosas.

Ignacio: Osvaldo ¿Cómo es la cosa? ¿Cual es el plan?
Osvaldo: Plan ninguno, yo voy a dormir en la hamaca. Por las dudas tengo todo pronto.

Tan asustado estaba que hizo cambiar la ubicación de la carpa dos veces a Gustavo, ¡¡ solo él le hace caso al viejo !!

Antes de dormir, discutimos el plan de navegación para el otro día. Resolvimos hacer un recorrido lo más largo posible para pasar dos días acampados para descansar y disfrutar de una linda naturaleza.

Martes 28

Los primeros en levantarse fueron Martín, Walter y Osvaldo. A las 5 y 30 los veteranos toman mate y Martín toma leche caliente con galleta tostada en la parrilla. Por suerte el río se calmó y la creciente comenzó a retroceder. Después se levantó el resto de la negrada y por último el más dormilón, como todos los días, Pedro “El Chico”.

Cargamos con calma las embarcaciones, y a eso de las 9 de la mañana, iniciamos la marcha. Los remeros se escaparon, nos costó alcanzarlos. Con la ayuda de la corriente y de la fuerza de la juventud tenían buena velocidad por lo que iban a la par de las embarcaciones motorizadas.

Fue como en el Río Negro cuando Osvaldo y Ricardo (120 años entre los dos), remando en la Tatanca pasaban a los motorizados. ¡¡Tomá!! Fue una navegación tranquila, ya el río comenzaba a ensancharse. Las aguas más tranquilas y menor la correntada. En la proa del Reparao iba desplegado el sobre de dormir de Walter que todavía tenía humedad, el timonel era Martín.

Como guías de la Leo y del Despelote iban Valentina y Ana Paula sentadas como unas reinas. Sería lindo saber que pensaban esas cabecitas. No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que registraron, tal vez en forma inconsciente, una vivencia de la que no se olvidarán por el resto de sus vidas.

Los tripulantes del Banana Boat distendidos. Walter como guía saludaba amablemente a la muchachada de las otras embarcaciones cuando pasaba. ¡¡Con flotadores es otra historia!!

Sergio se queja del nuevo espejo porque el mango del motor le golpea en el costillar y le saca capacidad de maniobra. Pero es solamente un detalle, la historia cambió.

Como a las 4 horas, mas o menos hicimos una parada para estirar las piernas, comer alguna cosita y decidir el nuevo campamento. Lo que decidimos fue que en el primer lugar que encontráramos que fuera agradable y seguro, hechábamos ancla. Caminamos 15 o 20 minutos y apareció el lugar. Un arenal enorme abrazado por una lengua del río que lo hacía aparecer como una isla.

Del otro lado del cauce, era como un arroyito manso lindazo para bañarse y sin peligro para los niños. Asi que cuerpo a tierra y a prepararse para pasar dos días de disfrute y alegría.

Miércoles 29

Pasamos horrible el lugar estaba lleno de arena y hacia un calor de verano, no había más remedio que tirarse al agua aunque sea un poco. A los gurises había que entretenerlos, cartas, generala, Rugby, que Ignacio les ganó volando con los gurises a los “pesos pesados” de Sergio y Gustavo, a Ana Paula casi le rompemos la Pata y a lo último el único que siempre se queda con nosotros a jugar es Gustavo, dices que es porque no hay casi diferencia en edad mental. A Luis se le ocurrió una idea ¡¡¡ GENIAL!!!, habían unas barrancas llenas de arcilla, porqué no va Gustavo con los gurises a buscar y hacen unos recuerdos, los mamertos pensaron en vasos pero al final saldría otra cosa mejor de la cabeza de los gurises.

Jueves 30

¡¡¡NOCHE DE BRUJAS !!!

Qué invento el de los yankis, a Sergio se le ocurrío salir a comprar leña, estaba carísima e hizo una pila de la gran siete. Esa noche fogata, a la luz de las estrellas, y CUENTOS DE TERROR ¡!!!

Por aquí tengo la transcripción del relato de Ana Paula: “Hola me llamo Ana Paula. Es el primer año que vengo a una travesía, fue divertido cuando Sergio e Ignacio hicieron la fogata el día de Halloween, también contamos historias de terror y yo me asustaba porque fue espeluznante y divertido”.

Gustavo: “Estaba tan sobregirada que yo quería que disfrutáramos de la noche y el silencio y ella no podía parar de hablar para llenarlo con su voz. No hubo caso” ¡ Mirá quien lo dice !

Viernes 31

¡¡¡ LA LLEGADA !!!

Es la parte más embromada normalmente porque no tenemos las más mínima idea de donde estamos. Esta vez fue peor porque San Pedro que nos había tratado bien hasta ahora, salvo por los tábanos, nos largó un día frío, de viento en contra, con algo de agua y con el río bajo, o sea cauce lento.

Y nosotros según los buenos cálculos de los que saben de la cosa, Pedrito, Ignacio y Luis por ejemplo, teníamos 6 horas de navegación a buen ritmo. Gustavo salió mal, porque tenía todo para pasar seco pero se cayo dos veces dentro del agua con ropa y todo y terminó haciendo las 6 horas mojado con frío y viento.

El río por esta etapa se ensancha y estaba bajo por lo que todo fue a fuerza de motor y no quieran saber cuando llegamos al Cebollatí, casi la Laguna Merim. Un paisaje hermoso que ni el día gris pudo opacar. Cada tanto apagábamos el motor para poder disfrutar los ruidos de la naturaleza, eso se extraña de los remos. Al mediodía hicimos una parada y le dimos de punta al salame, un arroz del día anterior, galletitas saladas, vino, la vieja y fiel Naranjita Tacuarí (“Son mejores y son de aquí”) y asado frío. Da gusto, da gusto……….

Éramos TAN POBRES ……

Osvaldo Cardozo