18 de junio de 2008

10 AÑOS DE TRAVESIAS, DESDE LA CANOA PRESTADA HASTA LA ERA DEL GPS

Estaba manejando hacia un predio en Maldonado, y en ese andar solitario me surgieron memorias de travesías. Así inspirado, quise compartirlas con ustedes ya que no hay nadie que pueda valorar mejor éstas vivencias que los que las han disfrutado. Siempre decimos que no hay manera de contarlo. ¿Cómo podemos contar esos encuentros entre amigos y familiares, las emociones fuertes, los preparativos náuticos, la solidaridad en los problemas, los paisajes, los campamentos y fogones, los atardeceres y un sin fin de etc., etc.? En realidad, lo que quiero trasmitirles son mis sentimientos de toda ésta experiencia recabada con los años y no tanto un relatar hechos. La verdad es que estos 10 años han marcado una etapa de mi vida, en la que se conjugan muchos hechos y circunstancias que van más allá del surgimiento de un fuerte enamoramiento hacia la náutica, el monte y la aventura. Sin embargo, el aprecio por la naturaleza y la aventura ya se formó desde mi niñez en Melo, con aquellos amigos que fundamos el “Club de Expedición y Exploración Victoria”. Muchas fueron las travesías a pie, a caballo, en bicicleta o en moto que realizamos como niños o adolescentes hacia diversos lugares de nuestro Departamento. El primer canotaje surgió en 1995, creo, estando yo en una etapa depresiva por algunos fracasos sucesivos que se me fueron dando tanto en el entorno familiar como laboral. En ese entonces, no había encontrado un “hobby” que realmente me atrajera. Un día apareció en casa mi padre, ahora el “Tata Walter”, que venía con una idea tan entusiasta como alocada, cosa muy normal en el. El tema era que se había encontrado con su amigo y colega el “Capitán Pedro de León” y decidieron motivar a sus hijos para realizar juntos un canotaje por el río Santa Lucía. Claro, que Pedro llevaba una amplia ventaja, ya contaba con las canoas y el equipamiento para hacerlo. Aceptamos el desafío tanto Gabriel, Pedrito y yo, pensando que podía ser algo divertido. Después comenzó la etapa de planificación táctica y estratégica, como si fuera una conquista militar. Ningún detalle se le escapó a Pedro en la planificación más organizada que he vivido en todos estos años. Como no sabíamos nada del asunto, teníamos que estar prevenidos de toda eventualidad. Absolutamente todo estuvo estudiado, desde el equipo que había que llevar, el abastecimiento, las salidas de emergencias, los horarios de ómnibus, las comunicaciones, y todo lo demás que se nos pudiera ocurrir. Luego, se acopló el recién recibido “Ing. Agr. Renato Sambucetti” que pasó a ocupar el lugar vacante en la canoa de Pedro. Renato, es un amigo excepcional y gran conocedor de planificación militar, pero se consideraba con suficiente experiencia de monte y pesca como para no necesitar de todo el exceso de organización que proponía Pedro. Armado con su cuchillo “Rambo”, reel y Mágnum 44 estaba pronto para desafiar la travesía del Santa Lucía, que como venía la cosa, parecía ser un paseo del Parque Rodó. Me puse en campaña y conseguí una canoa prestada con la cuñada de mi primo Gonzalo y luego armamos con papá el resto del equipo como pudimos. Recuerdo que nuestra primer adquisición fueron los salvavidas y los guantes para no lastimarnos las manos remando. Así comenzamos, hicimos a remo en cuatro días el tramo Paso Pache hasta Santiago Vazquez. Me acuerdo de la volcada de Pedrito y Gabriel en el “Pedro Cambell”, del sufrimiento de Renato después de navegar un día sin camisa ni bronceador y quedar en carne viva por la quemadura de sol, el cumpleaños de papá en Santa Lucía con un gran despliegue de “apoyo de tierra”, la frase célebre de Pedro después de sus múltiples cuentos de milicia “A.... no no!!......... vermouth pa´cadete NO! “, y también...... la agonía de remar y remar a contracorriente por la marea en ascenso hacia la desembocadura. Después de eso, siguió todo un periplo de travesías que he vivido durante 10 años. Las vueltas de la vida hicieron que las cosas cambiaran en mi entorno, ya que formé un nuevo hogar junto a Ana y luego vino Marcos. Además, comenzó una entusiasta etapa productiva con el surgimiento de FISEMA FRESH CUT. Debo reconocer que este emprendimiento no hubiera sido posible sin el apoyo de mis amigos. Parte de éste sueño surgió allí, en el monte, en una rueda de mates a la vuelta de un fueguito. “Gabriel” el arquitecto, “Ignacio” el ingeniero mecánico y “Gustavo” el ingeniero en sistemas, han sido algunos de los mas fieles compañeros de travesías y contribuyentes especializados para lograr edificar, mantener y desarrollar este emprendimiento que aún se encuentra incubando. Ana, primero me aceptó con este “hobby” y luego ha sido una gran compañera y motivadora para que continúe. Además, compartimos dos grandes travesías juntos, un tour por el Río Nilo en Egipto y rafting por el río Maipo en Chile. También mis hijos mayores “Sebastián” y “Martín” se han ido incorporando al club y “Marcos” todavía es muy chiquito pero que se vaya preparando. El Tata Walter, fue mi motivador, pero año a año sigue resistiéndose al canotaje. Dice que esta viejo y que prefiere la comodidad de los grandes barcos, como el Lobina y el Vincitore. Por ello, al principio va de “lomo duro”, y discutimos y nos peleamos por pavadas, pero a través de los años seguimos juntos, con una actividad que ha servido para unirnos y conocernos mejor. La segunda travesía la hicimos en el Río Tacuarembó, desde Villa Ansina hasta San Gregorio de Polanco. En ésta ocasión el desafío era aprender a organizar travesías en lugares más agrestes. La organización era realizada por la intendencia de Tacuarembó, que ha establecido a ésta travesía de 180 kilómetros como de interés turístico para el Departamento. Ese año en particular participaron unas 120 personas con todo tipo de embarcaciones y tenemos un video para contarlo. Nosotros, fuimos motivados por “Luis”, conocido de papá y que ya había participado en años anteriores. Así formamos un grupo y Luis fue desde ese entonces nuestro líder. Un hombre de múltiples oficios y gran conocedor de temas de supervivencia, y por sobre todo, muy solidario ante los problemas que nos encontramos los novatos en el río. Después de algunos años, decidimos nombrarlo “Rey” y así establecer la monarquía en nuestro grupo. También, en esta ocasión se nos unió mi colega y compañero de INIA el viejo “Osvaldo”, aquel que dejó el dicho “Espeshial dijo Cardozo”. Luis y su hijo Gabriel fueron con su ya baqueteada canoa “Tatanka” potenciada por un Yamahita 2.2. Papá y Osvaldo navegaron en un invento náutico (algo así como un catamarán modificado) que contó con el motor prestado del “Flaco Fredy”, que también es funcionario de INIA. Gabriel y yo fuimos en el recién adquirido “Banana Boat” y llevamos un Yamaha 2.2 a estrenar. Mi tío Hector, que prefiere ser el apoyo de tierra, se encargó de conseguir que su amigo y dibujante oriundo de Tacuarembó “Wilmar López” nos diseñara un logo para nuestro grupo. Después todos nos equipamos con remeras iguales y una bandera que nos hizo mamá y así fuimos identificados por todos en aquella gran travesía, como el “Club Delta del Tigre”. Fue increíble lo que aprendimos y disfrutamos con todo aquel gran grupo. Aunque siempre tenemos en mente volver al Tacuarembó, año a año aparecen nuevas ideas y terminamos en otro río de la maravillosa red hidrográfica de nuestro país. Además, todavía guardamos el trofeo que nos otorgó la Intendencia en reconocimiento a nuestra labor de preservación del medio ambiente. Me vienen tantos recuerdos, que se me hace difícil resumir. Cada amigo que participó ha dejado una historia para contar, porque es muy intenso lo que se vive a través del disfrute, la adversidad, la solidaridad y el compañerismo. Además, esta ha sido una gran escuela para nuestros hijos, que ya son parte del grupo. Me quedó grabado a fuego aquello que una vez me dijo el “Loco Perdomo” estando casi agotados por el trabajo de rescate en el Cebollatí: “Tenemos que enseñarles que no nos vamos a entregar ante ninguna adversidad” Siguieron travesías por el arroyo Pando y los ríos Negro en modalidad de campamento en Paso de los Toros y desde la Represa de Palmar hasta Mercedes, el San José, el Cebollatí en dos tramos, el Yi, el Olimar, varios tramos del Santa Lucía, y el Yaguarón. Muchas veces hemos estado en condiciones precarias a la merced del clima o perdidos con los mapas en la mano. Pero, de a poco nos hemos ido equipando hasta llegar a contar en este último año con el GPS (navegación satelital). Con éste aparatito pudimos ubicarnos con precisión, pero no nos salvamos de las múltiples roturas sufridas contra las piedras del Yaguarón. Estas son otras historias que dejaré para relatar más adelante. Sergio Carballo

NAUFRAGIOS Y SITUACIONES LÍMITES PRIMERA PARTE

“Decía a sus discípulos el Maestre David Ferriz que para un viaje muy importante, solo contrataba marinos que tuvieran entre sus experiencias varios naufragios” No se quien era el tal Ferriz, pero la verdad que un naufragio es una experiencia aterradora para alguien que no está preparado. Lo es tanto en el mar como en el río. Sin embargo, en el río y con una canoa no es exagerado esperar un vuelco de tanto en tanto. Yo comencé a aprender de náutica en el mar, con el “Lobina” que es un velero antivuelco. No obstante, con ésta embarcación también pasé situaciones límites. Una de ellas fue cuando nos dimos contra las rocas al salir del puerto de Buceo y otra cuando nos enfrentamos a una tormenta en la desembocadura del Santa Lucía que nos llevó a quedar varados en la Isla del Tigre. Si bien éstas experiencias fueron etapas negras en mi vivencia náutica, sirvieron para forjar mi currículo marino. A pesar de mis múltiples vivencias de aventura, no tengo experiencia de pescador, y poco tengo para contar de eso. Pescador mismo es mi amigo “Pillín” que todavía se ufana de contar sus múltiples hazañas pesqueras. Una que quedó en mi memoria es cuando me contó como sacó tiburones en la costa de Rocha. Cuando hablaba de su tamaño se refería a la mandíbula, así y todo apenas alcanzaba ambos brazos para describir aquellos semejantes bichos. Aunque no tiene pruebas del hecho, tiene a Ismael, que es cómplice de aquellas circunstancias. Quienes los conocemos, sabemos como Pillín puede describir los detalles más minuciosos que dan emoción a una historia y como Ismael puede realizar una magistral actuación para demostrar la veracidad de aquella escandalosa anécdota. Aún hoy me da risa pensar como Pillín describió la lucha que mantuvieron con semejantes animales que se habían desprendido en los lagunones de la playa. Bastó montarlos sobre el lomo y clavarles una fija en la espalda............ Si bien no puedo contrarrestar esto, puedo contar mis humildes experiencias náuticas, que nada le tienen para envidiar lo anecdótico. Después de varios años, hemos asumido a los vuelcos en canoa como algo que debe esperarse. Solo Gustavo no ha vivido esa experiencia....y mirá que se ha esforzado!!!!. En este caso habría que hablar del milagro de no naufragio. Dicen las malas lenguas que tiene un “santo” que le acompaña y lo protege de sus múltiples imprudencias. Parece ser que también su hijo Juan Martín tiene un “santo” similar.......así son de tal palo tal astilla. Nosotros esperamos que nunca tengan un naufragio juntos, porque si es que ocurre, el grito de los Perdomo sería tan fuerte, que causaría un daño irrecuperable a la ecología nacional. Si hablamos de naufragios, tendría que remontarme a nuestra primera travesía en el Río Santa Lucía, cuando Gabriel y Pedrito se dieron vuelta a pocos metros del lugar de partida en Paso Pache. El susto fue enorme, y eso que venían bien preparados. La carga estaba bien atada, todas las tarrinas entre sí y a la canoa. Pero, la corriente era muy rápida, y se formó un cordón de tarrinas que llegaron a enredar a los náufragos. Después, ya calmos, comentamos la lección, NO HAY QUE ATAR LAS TARRINAS ENTRE SI, esto es peligroso para enredar a los tripulantes. En la travesía del río Tacuarembó, fuimos asesorados por el Rey Luis y dispusimos de sistemas antivuelco en las canoas. Colocamos estabilizadores laterales a unos 50 cm de cada lado de la borda. Yo tuve la suerte de contar con la colaboración del “Canario Rosas”, compañero de INIA, que me construyó unos estabilizadores con pedazos de caño de riego de aluminio a modo de torpedo. Estos “torpedos” fueron partícipes de varias aventuras, hasta que perdí uno durante el transporte de la carga hacia el Olimar (ya hablaré de eso). Lo cierto fue que en el Tacuarembó no hubo vuelcos, en ríos anchos los estabilizadores funcionan espectacularmente. Esto es fundamental cuando incluimos los motores, porque como veremos, un vuelco con el motor prendido es una complicación adicional. Todo ocurre en un instante, como en un abrir y cerrar de ojos. Pero, en general lo atribuimos a un error humano, a la falta de prevención o al exceso de confianza. Así fueron mis volcadas, y después nos dicen ....... ¡¡que boludo!!! Pero ya pasó, y lo único que nos queda es que no se agrave la cosa, que quede por un susto, un trago amargo, o la pérdida de alguna carga. Lo peor que puede pasar es desesperarnos, o querer rescatar algún artículo que ponga en peligro nuestra seguridad física. Por eso, en una travesía en canoa hay que estar preparados para lo peor y que eso no sea más que perder parte de la carga. El mejor ejemplo de descuido fue mi primer naufragio, que ocurrió en la desembocadura del Santa Lucía, cuando ya estábamos terminando una travesía por el Río San José. Ya habíamos tenido algunos ríos navegados y nuestra confianza náutica había aumentado. A tal punto teníamos confianza que ya pensamos que podíamos dominar la embarcación sin los estabilizadores. No obstante salimos con los estabilizadores y motores. Entrando al Santa Lucía sobre la isla El Francés, se complicó el clima y apuramos la marcha llevando de tiro a los cansados remeros que venían siendo azotados por una molesta llovizna. La llovizna se pasó a una fuerte tormenta de verano y tuvimos que arribar a Las Brujas y pedir auxilio de un camión para que nos saque de esa situación. Así nos fuimos a acampar sobre el arroyo Las Brujas, donde cenamos una memorable cazuela de conejos preparada por Gabriel. Ya la barra estaba cansada, y con el castigo del clima queríamos terminar pronto. Pedro, tan organizado como siempre, había hecho sus gestiones correspondientes para contar con el apoyo de tierra y volver a su casa directamente de ahí. Pero, Luis y su hijo Gabriel, Carlitos (nuevo en el grupo), papá y yo debíamos cruzar el río para dejar la carga en Delta del Tigre. Al irse parte del grupo quedaron solo dos canoas para 5 tripulantes. Era solo cosa de salir por el arroyo, cruzar el río y ya está. ¡¡Una papa!!, después de todas las contingencias que habíamos pasado. Resolvimos que aquella cosa era fácil, y que a Carlitos lo podíamos llevar en el medio del Banana Boat que al momento era la canoa más grande. Ahora bien, Carlitos es un entusiasta acampante que se unió al grupo a través de Luis. Como no contaba con la licencia para venir antes, Carlitos comenzó la travesía en la isla El Pajarero. Como siempre, solucionamos este pequeño inconveniente con la solidaridad del caso y aprovechamos la venida de éste compañero para que nos trajera un cordero para el asado (que por el tamaño, no llegamos a estar seguros si era cordero o conejo). En su mochila militar Carlitos contaba con una carga impresionante de chiches de supervivencia como el típico cuchillo Rambo, el larga vistas de visión nocturna y el compás de última generación. Pero además, cada día nos asombraba con algo nuevo que sacaba de la mochila como mago de la galera. El tema es que conseguimos con Pedro un salvavidas prestado para éste compañero. Como era solo cruzar el río, cometimos el descuido de dejar que Pedro se llevara de vuelta el salvavidas. Por alguna razón que no recuerdo también sacamos los estabilizadores (grueso error!!!) y así salimos para terminar la jornada en un ratito ya que solo quedaba cruzar el río. Luis y Gabrielito nos llevaron la delantera hasta la desembocadura del arroyo y ahí apareció el ancho Santa Lucía. Quedaban unas cuatro o cinco cuadras para la otra orilla y era un día hermoso. Pero, apenas entramos en el río comenzó a soplar el pampero del suroeste y las olas fueron creciendo más y más. Luis, vio que se complicaba y apretó máquina al Tatanka para llegar rápido a la costa. El Banana Boat se sacudía con las olas a babor, y para asegurarnos estabilidad marqué rumbo cortando olas. En eso ví a Calitos blanco como papel y agazapado como garrapata y me dí cuenta que el cagaso era enorme. Las olas seguían creciendo y a esa altura parecía que estábamos en pleno océano ya que se veían ambas costas a lo lejos. La canoa se sacudía, esta vez de proa a popa y la hélice del Yamahita quedaba por momentos ronroneando en el aire y luego se volvía a hundir. En una de esas hundidas el motor se apagó, fue un instante, papá se dio vuelta para preguntar que pasó y ahí perdimos estabilidad y los tres al agua. Quedamos entre las olas, agarrados de la canoa, y la carga de a poco empezó a irse. Casi todo estaba en tarrinas, y como vimos que la cosa venía para rato, las dejamos ir. Total, en algún momento las íbamos a recuperar. Luis ya estaba en la costa y salió de inmediato para ver si estabamos bien. Cuando venía hacia nosotros una ola casi lo dió vuelta y al ver que quedamos seguros resolvió volver a la orilla. Nosotros, sin poder hacer nada, pensábamos en el Rey y que plan estaría teniendo para el rescate. Mientras tanto la carga seguía desparramándose corriente arriba ya que la marea estaba subiendo. Lo que nos quedaba era esperar pacientemente porque la costa estaba como a dos cuadras y era como imposible cinchar la canoa llena de agua. En eso, percibimos la desesperación de Carlitos, que a esa altura perdió toda la calma. ¿Como me puede haber abandonado Luis en éstas circunstancias?. Estaba al borde de un ataque de nervios, y asido a la canoa con una sola mano. Observamos que había algo que le mantenía la otra mano hacia abajo, pero como estábamos en plena lucha no supimos comprender de que se trataba. Le hablábamos para calmarlo “agarrate bien y espera tranquilo, seguro que Luis está ideando un plan para rescatarnos” En un intento desesperado de asirse a la canoa hundida exclamó en grito fuerte ¡¡se me fue, se me fueeee!!! y ahí nos dimos cuenta de que en la mano bajo el agua tenía la mochila que en ese momento fue a parar al fondo del río. Como lo ví tan nervioso, le traje el colchón envuelto en lona que estaba flotando junto a nosotros y le dije “tranquilizate, agarrate aquí y anda pataleando suave hasta la orilla”. Me hizo caso y se fue pataleando y agarrado del colchón. Se había alejado unos diez metros cuando empezó a gritar “no se nadar, no se nadar, ¡¡¡¡¡me ahogo!!!!!”. Recién ahí nos enteramos que Carlitos no sabía nadar, lo que agravaba al hecho de no llevar chaleco salvavidas. Además, el colchón de “polifón” no es confiable para que flote porque de a poco va absorbiendo agua. Ante aquel panorama, salí inmediatamente a socorrerlo y lo traje de vuelta hasta la canoa hundida, que en aquel momento era el lugar más seguro. Aparece en la escena Luis, el Rey, a quien le pedimos que socorriera a Carlitos y lo llevara hasta la orilla, nosotros podíamos esperar. Por suerte todo salió bien y Carlitos quedó con Gabriel sobre los pajonales de la costa. Como ya nos habíamos acercado bastante a la orilla, atamos el cabo del ancla a otro cabo y yo nadé hasta la orilla y ahí cinchamos con Luis hasta traer el Banana Boat a lugar firme. Tuvimos la suerte que cambió la corriente, y las tarrinas que habían desaparecido corriente arriba, comenzaron a bajar y las pudimos recuperar fácilmente. No obstante, en este naufragio quedó en el fondo del río mi querido chaleco de los 100 bolsillos, pérdida menor para todo lo que habíamos pasado en aquella tarde. La moraleja de este periplo puede resumirse en que el río es traicionero y nunca hay que bajar la guardia. También, algunos consejos simples de toda travesía: 1) llevar siempre los salvavidas puestos, 2) navegar solo dos por canoa, 3) colocar toda la carga en tarrinas y 4) llevar los estabilizadores para no volcar. Yo creo que también debimos recordar la importancia de actuar en grupo comenzando todos juntos y terminando todos juntos. Aún me queda la duda si hubiera sido conveniente llevar toda la carga atada ya que esto pudo ocasionar complicaciones adicionales en un río ancho o mar abierto. Sergio Carballo